Educar y enseñar

 
Recordemos que los contenidos necesarios para el desarrollo de una competencia son el saber (datos, hechos, conceptos, etc.), el saber hacer (habilidades, destrezas, técnicas a aplicar...), saber ser (normas, actitudes, valores, intereses que llevan a unas convicciones y a asumir unas responsabilidades) y saber estar (predisposición a la comunicación interpersonal y al entendimiento, favoreciendo un comportamiento colaborativo).

La función tutorial: un gorro más para el docente



Todo docente, por el hecho de ser enseñante, debe orientar al alumno en su proceso de aprendizaje. En dicho proceso pueden aparecer circunstancias que pueden dificultar o potenciar dicho aprendizaje. El profesor-tutor debe asumir ahora dos roles: el de docente y el de tutor-orientador; y puede ocurrir que sea un buen docente pero no un buen tutor. Está claro que la acción tutorial también requiere preparación.

Ser nombrado tutor supone una carga extra, ya que a las funciones y tareas que tenemos como docentes se suman otras en relación con los alumnos, con los profesores, con la jefatura de estudios y con el Gabinete de Orientación Educativa (también llamado Departamento de Orientación). Para desempeñar con eficacia dichas tareas sería aconsejable que el tutor poseyera una serie de actitudes y aptitudes, así como que dominara una serie de herramientas que le pueden servir de ayuda en su labor.

Entre esas actitudes y cualidades deseables yo destacaría las ganas de ayudar (actitud de evaluación y apoyo), una actitud abierta (de escucha y comprensión) y una actitud empática. El ponerse en la situación del alumno, el participar afectivamente de la situación que está viviendo,  le facilitará una mayor cercanía y comprensión de las problemáticas que puedan plantearle sus alumnos. Entre las aptitudes deseables destacaría las habilidades de comunicación, la capacidad de escucha activa y la suficiente formación en ámbitos relativos a técnicas de estudio, observación sistemática o técnicas de entrevista.

Pero la acción tutorial debe desarrollarse no solo en el plano académico sino que debe abarcar diversas modalidades y servir de ayuda al alumno también en el plano personal y profesional. Además, la acción tutorial no debe improvisarse sino que debe guiarse con arreglo a un plan, a un Plan de Acción Tutorial o PAT.

Partiendo de un análisis de la situación o contextualización, es decir, de las peculiaridades del centro, del nivel educativo y tipo de curso y de las peculiaridades del grupo de alumnos a tutelar, se deben de establecer unos objetivos (generales y particulares) a alcanzar, y para ello se deben diseñar una serie de actividades (sesiones de tutoría) en consonancia con dichos objetivos. Está claro que para poder llevar a cabo esas actividades necesitaremos una serie de recursos ambientales, materiales y personales y que dichas actividades deben de conllevar una temporalización prevista (una previsión de cuándo y con qué duración voy a llevar a cabo cada una de esas sesiones). Por último, no debemos olvidar la evaluación de dicho plan, de cara a la mejora para los cursos venideros, evaluación que interesa que sea abordada desde distintos puntos de vista (evaluación cruzada), y no solo desde el punto de vista del tutor. El tener en cuenta la opinión de los alumnos, de otros profesores tutores y de especialistas de ese Departamento de Orientación, siempre darán mayor validez a esa evaluación sobre la utilidad del PAT diseñado.
 

La evaluación continua está de moda

En ocasiones, los docentes hablamos indistintamente de medición y evaluación. Pensemos que no es lo mismo medición (conocer la cantidad de algo) que evaluación (apreciar el valor de algo). La medición es previa a la evaluación y proporciona información para poder llevar a cabo la evaluación. La medición es cuantitativa y la evaluación es cualitativa; con la evaluación juzgamos la información obtenida por la medición.

 

Si nos adentramos en el concepto de evaluación, desde el proceso de Bolonia, en el ámbito docente está muy de moda hablar de evaluación continua, pero ¿realmente los docentes tenemos claro lo que implica dicho proceso?

 

Sabemos  que todo profesor debe evaluar la asimilación de conocimientos y el desarrollo de las competencias a alcanzar por el alumno. Para ello, lo adecuado es programar con cierta periodicidad diversas actividades evaluables a lo largo del curso. Pero estas actividades deberían programarse al objeto de facilitar la asimilación y el desarrollo progresivo de los contenidos de la materia a impartir, así como de las competencias a alcanzar. Ahora la clave radica en asumir el papel de orientador, evaluando el proceso de aprendizaje del alumno no solo para sancionar sus resultados, sino, sobre todo, para ayudarle a alcanzar los resultados de aprendizaje esperados, mediante un continuo seguimiento de su trabajo.

 
Con esto quiero decir que la llamada evaluación continua no consiste en programar exámenes de manera continua. Se trata de poder llevar a cabo un seguimiento del progreso del aprendizaje del alumno, y ello conlleva facilitar retroalimentación al alumno sobre su propio ritmo de aprendizaje, para que pueda rectificar sus errores y reorientar su aprendizaje. En definitiva, implica que el alumno asuma un papel más relevante en su propio proceso de aprendizaje.

 

La evaluación es un proceso que debe incluir evidencias variadas y no limitarse a los clásicos exámenes parciales y finales tradicionales. Ello no quiere decir que tengan que desaparecer los tradicionales exámenes finales de curso, sino que no deben de ser los únicos métodos de evaluación existentes. Y, por supuesto, de existir una prueba final de evaluación/examen final, esta deberá estar en consonancia con las actividades propuestas a lo largo del curso.

 
Pero, entonces ¿Cuáles son esas evidencias variadas a los que me estoy refiriendo? Pues ahí los docentes disponemos de un gran abanico de posibilidades: pruebas objetivas de elección múltiple, pruebas objetivas de verdadero o falso, pruebas de respuesta breve, pruebas de desarrollo, pruebas de respuesta larga, pruebas orales individuales, realización de trabajos individuales o grupales, exposiciones de dichos trabajos, presentaciones de temas, realización y presentación de proyectos, memorias de prácticas, informes de prácticas, pruebas de ejecución de tareas (mediante observación sistemática, si son reales, o mediante role-playing, si son simuladas), estudio de casos, etc.

 

En definitiva, la evaluación continua debe realizarse a lo largo de todo el proceso de enseñanza-aprendizaje, iniciándose con la evaluación inicial (o evaluación diagnóstico), continuando a lo largo de todo el proceso formativo (evaluación formativa o de procesos) y concluyendo con la evaluación final (o sumativa).