En ocasiones, los docentes hablamos
indistintamente de medición y evaluación. Pensemos que no es lo mismo medición (conocer la cantidad de algo)
que evaluación (apreciar el valor de
algo). La medición es previa a la evaluación y proporciona información
para poder llevar a cabo la evaluación.
La medición es cuantitativa y la
evaluación es cualitativa; con la evaluación juzgamos la información
obtenida por la medición.
Si nos adentramos en el concepto de
evaluación, desde el proceso de Bolonia, en el ámbito docente está muy de moda
hablar de evaluación continua, pero
¿realmente los docentes tenemos claro lo que implica dicho proceso?
Sabemos que todo profesor debe evaluar la asimilación
de conocimientos y el desarrollo de las competencias a alcanzar por el alumno.
Para ello, lo adecuado es programar con cierta periodicidad diversas
actividades evaluables a lo largo del curso. Pero estas actividades deberían programarse
al objeto de facilitar la asimilación y el desarrollo progresivo de los
contenidos de la materia a impartir, así como de las competencias a alcanzar. Ahora
la clave radica en asumir el papel de orientador, evaluando el proceso de
aprendizaje del alumno no solo para sancionar sus resultados, sino, sobre todo,
para ayudarle a alcanzar los resultados de aprendizaje esperados, mediante un continuo seguimiento de su trabajo.
Con esto quiero decir que la llamada evaluación continua no consiste en
programar exámenes de manera continua. Se trata de poder llevar a cabo un
seguimiento del progreso del aprendizaje del alumno, y ello conlleva facilitar
retroalimentación al alumno sobre su propio ritmo de aprendizaje, para que pueda
rectificar sus errores y reorientar su aprendizaje. En definitiva, implica que
el alumno asuma un papel más relevante en su propio proceso de aprendizaje.
La evaluación es un proceso que debe incluir
evidencias variadas y no limitarse a los clásicos exámenes parciales y finales
tradicionales. Ello no quiere decir que tengan que desaparecer los tradicionales
exámenes finales de curso, sino que no deben de ser los únicos métodos de
evaluación existentes. Y, por supuesto, de existir una prueba final de
evaluación/examen final, esta deberá estar en consonancia con las actividades propuestas
a lo largo del curso.
Pero, entonces ¿Cuáles son esas evidencias
variadas a los que me estoy refiriendo? Pues ahí los docentes disponemos de un
gran abanico de posibilidades: pruebas objetivas de elección múltiple, pruebas
objetivas de verdadero o falso, pruebas de respuesta breve, pruebas de
desarrollo, pruebas de respuesta larga, pruebas orales individuales, realización
de trabajos individuales o grupales, exposiciones de dichos trabajos,
presentaciones de temas, realización y presentación de proyectos, memorias de
prácticas, informes de prácticas, pruebas de ejecución de tareas (mediante
observación sistemática, si son reales, o mediante role-playing, si son
simuladas), estudio de casos, etc.
En definitiva, la evaluación continua debe realizarse a lo largo de todo el proceso
de enseñanza-aprendizaje, iniciándose con la evaluación inicial (o evaluación diagnóstico), continuando a lo
largo de todo el proceso formativo
(evaluación formativa o de procesos) y concluyendo con la evaluación final (o sumativa).
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